Más países piden prohibición de armas letales autónomas

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La inteligencia artificial ha superado su papel inicial como mera herramienta de eficiencia tecnológica, transformándose en un elemento crucial en los escenarios de guerra. La creación de sistemas de armas que operan de forma independiente, con la capacidad de decidir sin intervención humana directa, ha generado preocupación entre organismos internacionales, ONG y comunidades académicas. El mundo se encuentra en una carrera urgente para establecer leyes antes de que los algoritmos tomen el control total sobre decisiones de vida o muerte.






Sistemas Autonómicos en Conflicto

Los sistemas de armamento letal autónomo, reconocidos como LAWS en su denominación en inglés, son desarrollados para reconocer, elegir y neutralizar a los objetivos humanos sin la necesidad de autorización o participación directa de personas operadoras. Aunque aún se encuentran en etapas de prueba, su empleo en situaciones reales de conflicto ya ha comenzado a generar discusiones profundas sobre los peligros éticos, legales y humanos de su aplicación.


Uno de los principales puntos de crítica hacia estas tecnologías es su potencial para tomar decisiones sin ningún tipo de supervisión humana directa. Estas máquinas actúan en función de algoritmos entrenados con datos que, como han demostrado múltiples estudios, pueden reflejar y amplificar prejuicios humanos. Esto implica un riesgo inaceptable en situaciones donde se requiere discernimiento moral, comprensión contextual y empatía: cualidades que las máquinas no poseen.

El debate no es nuevo. Desde hace más de una década, diplomáticos, científicos y activistas han solicitado establecer un marco legal vinculante que regule o prohíba completamente el uso de estos sistemas. Sin embargo, la falta de consenso sobre una definición técnica precisa de qué constituye un arma autónoma ha obstaculizado los avances. Mientras tanto, el desarrollo tecnológico avanza con rapidez, superando con creces el ritmo de las negociaciones diplomáticas.

Diversas organizaciones de la sociedad civil han intensificado su presión en los últimos meses, advirtiendo que la ausencia de una regulación efectiva está abriendo la puerta a una nueva forma de guerra deshumanizada. Además de los problemas morales que implica permitir que una máquina decida cuándo quitar la vida a un ser humano, existen graves riesgos jurídicos: actualmente, no hay un marco claro para determinar la responsabilidad en caso de que una máquina cometa un crimen de guerra. ¿Quién debería responder por los errores? ¿El diseñador del algoritmo, el fabricante del hardware, o el comandante militar que autorizó su uso?

Otra de las preocupaciones se centra en los defectos de identificación. Se ha documentado que los sistemas de visión por computadora y aprendizaje automático pueden tener tasas elevadas de error al reconocer rostros de personas con determinadas características físicas, como tonos de piel oscuros o discapacidades visibles. Esto podría traducirse en decisiones de ataque erróneas, con consecuencias letales para civiles inocentes.

La comunidad internacional ha comenzado a responder a estas inquietudes. Más de 120 países han expresado su apoyo a la creación de un instrumento jurídico internacional que regule el uso de armas autónomas. Además, diversos sectores de la sociedad, incluidos académicos, líderes religiosos y figuras galardonadas con premios de paz, han manifestado públicamente su respaldo a una prohibición global.

En el camino hacia un entendimiento, se ha sugerido el año 2026 como la fecha tope para acordar un convenio internacional que defina las directrices esenciales acerca de estas tecnologías. Actualmente, los negociadores cuentan con un documento preliminar que funcionará como cimiento para las próximas charlas multilaterales.

Aunque la función de estas armas en conflictos contemporáneos aún es limitada, los expertos advierten que su proliferación podría desatar una carrera armamentista en la que los estándares éticos quedarían en segundo plano frente a la lógica de la ventaja tecnológica. En este escenario, la regulación no solo es urgente: es imprescindible.

Ante estos retos, la comunidad global se encuentra en un momento crucial. La cuestión no es únicamente regular las tecnologías emergentes, sino establecer los límites éticos de la guerra contemporánea. La interrogante principal es evidente: ¿buscamos un porvenir donde las máquinas ostenten el poder de decidir sobre la vida humana? Para muchos, la respuesta es categórica.

Por Camila Santos Hernandez